Revista VC Magazine
Image default
PORTADARADIO

31 Minutos: el humor como patrimonio emocional de Chile y Latinoamérica

El humor como patrimonio emocional

Por más de dos décadas, 31 Minutos ha sido mucho más que un programa infantil. Es memoria colectiva, ironía inteligente, espejo social y una banda sonora afectiva que cruza generaciones. Detrás de sus personajes y canciones hay un equipo que ha sabido convertir el humor en un acto de resistencia creativa, una forma de mirar el mundo sin solemnidad pero con lucidez. Uno de sus artífices es Daniel Castro,
guionista, músico y titiritero, quien comparte la filosofía que sostiene a este noticiario de títeres que hoy vibra con millones de visualizaciones desde Washington, México y, como es lógico, en todo latinoamérica hasta llegar a Chile, sin perder su raíz local.

“Estar en el Tiny Desk fue algo magnífico”, menciona Daniel Castro en la entrevista radial de VC Magazine con la emoción contenida. “Uno admira muchísimo ese espacio, lo ve siempre a través de la pantalla y estar ahí, físicamente, compartiendo nuestras canciones con los fans y con gente que nos escuchaba por primera vez fue espectacular”. Aquella presentación, la que sumó millones de reproducciones en pocos días, no solo fue un hito internacional: confirmó que el humor de 31 Minutos posee un lenguaje universal que trasciende
fronteras, acentos y edades.

El viaje, sin embargo, no comenzó en Washington sino en Chile, hace más de veinte años, cuando un grupo de amigos postuló a un fondo del Consejo Nacional de Televisión. “Pedro Peirano, Álvaro Díaz y Pedro Medrano se ganaron ese proyecto y me invitaron a sumarme junto a Rodrigo Salinas y otros. Así nació 31 Minutos”, recuerda. Lo que siguió fue una serie que rompió moldes: tres temporadas iniciales, una cuarta tras una pausa, una película coproducida con Brasil, y un universo de personajes que se volvieron familiares en todo el continente.

El humor que respeta la inteligencia

Si algo distingue a 31 Minutos es que nunca subestima a su audiencia. “Es un programa para niños, pero no los minimiza. Los trata con respeto, valora su inteligencia, confía en que pueden entender y reírse junto con nosotros”, explica Daniel Castro. Esa visión, la de crear desde la complicidad, no desde la superioridad, es parte del secreto de su vigencia. En un tiempo donde el contenido infantil tiende a la sobre-explicación o al consumo rápido, la serie chilena sigue apostando por una risa que invita a pensar.

Castro lo resume así: “Nos inspira hacer cosas que a nosotros nos hagan gracia, que nos mantengan con el espíritu vivo. Pero igual de importante es conservar la fidelidad al espíritu original del programa. Ese equilibrio entre divertirnos y respetar al público es nuestra brújula”.

El resultado es un humor que conecta con la identidad chilena por su ironía, su capacidad de reírse de sí misma, pero que también dialoga con otras culturas. México, por ejemplo, ha adoptado a 31 Minutos con entusiasmo: “Ellos sienten que también es parte de su infancia. Eso pasa cuando se conserva lo propio.

No buscamos ser homogéneos para gustar en toda Latinoamérica. Mantener la identidad es lo que genera autenticidad y cercanía”, comenta.

Cultura pop y pensamiento crítico

En su viaje internacional, 31 Minutos no se ha desligado del contexto social que lo vio nacer. Cada presentación, ya sea en Lollapalooza, en la Teletón o ahora en el Tiny Desk, conserva ese equilibrio entre humor y mirada crítica. “Nunca lo hacemos desde un mensaje impuesto o panfletario. Lo hacemos desde el
universo de los personajes. No somos nosotros hablando a través de los títeres, son ellos experimentando el mundo y reaccionando desde su lógica”, explica.

En esa sutileza reside su potencia. Las lecturas que el público hace del programa van mucho más allá de lo explícito: hay quienes ven en Tulio Triviño una parodia del ego mediático, en Juanín un símbolo de ternura y resiliencia, o en Bodoque una crítica al cinismo. Castro sonríe ante las interpretaciones. “Es parte de la
cultura pop. Las teorías son infinitas y eso está bien. Significa que el programa vive en la gente”, argumenta.

Canciones que se vuelven memoria

Una de las mayores herencias del programa es su música. Cada capítulo incluía tres canciones originales, muchas de ellas himnos generacionales, y ese proceso creativo fue también una escuela de colaboración. “Pablo Ilabaca llegaba con maquetas, Álvaro Díaz proponía letras, y entre todos íbamos moldeando las
canciones según el personaje o la historia. Todo fluía porque lo pasábamos bien. Ese goce se nota”, comenta Daniel Castro.

La música de 31 Minutos no solo acompañó a los niños de los años 2000, también los formó emocionalmente. En una era donde las pantallas se multiplican y la infancia se digitaliza, las canciones del programa siguen siendo un punto de encuentro intergeneracional. “Siempre pensamos en los niños, pero también en cómo nosotros nos reímos, en cómo contamos las cosas. Por eso resuena igual en adultos y nuevas generaciones”, explica.

El desafío de permanecer

El equipo no se detiene. Con una nueva película -Una calurosa Navidad, producida junto a Amazon-, el grupo abre una nueva etapa. “Sin nieve y con mucho calor”, adelanta Daniel Castro entre risas, cuidando no revelar detalles. “Participé como titiritero y doblando voces. Será una historia muy linda, llena de ese humor que nos caracteriza”. Además, la gira de verano y la invitación a Lollapalooza 2026 aseguran que los títeres más famosos de Chile seguirán cantando y reflexionando sobre la vida con su sello inconfundible.

Pero más allá de los escenarios, 31 Minutos representa una filosofía creativa: la de crear con sentido, conectar con las emociones y compartir valor cultural. En tiempos donde la inmediatez domina el contenido, este equipo demuestra que la sostenibilidad también se cultiva en la autenticidad y el trabajo colectivo.

Castro lo define con humildad, “Somos amigos, una familia a estas alturas. Y eso se nota en lo que hacemos. Tal vez esa sea la clave: no dejar de disfrutar, no dejar de reírse y seguir siendo fieles al espíritu con que empezamos”.

Al final, ese es el verdadero legado de 31 Minutos, el de recordar que el humor no solo entretiene, sino que une, alivia y nos ayuda a pensar el mundo desde la ternura y la ironía. Un patrimonio emocional que sigue creciendo, títere a títere, canción a canción, en cada corazón que alguna vez cantó “mi muñeca me habló” o
“Yo nunca vi televisión”.