Rutarte Sur es una cooperativa de artistas en Puerto Montt que une talento, gestión y compromiso para transformar su territorio desde el arte colectivo.
En el corazón de Puerto Montt, entre la humedad del sur, las galerías emergentes y los recuerdos de mercados costeros, se ha ido tejiendo una historia colectiva. Una historia donde el arte dejó de ser un ejercicio individual para convertirse en un proyecto cooperativo. Es la historia de Rutarte Sur, una cooperativa de artistas visuales, fotógrafos, escultores y cineastas que decidió organizarse para dejar huella en su territorio y generar impacto desde lo cultural, lo social y lo económico.
Todo comenzó, como suelen hacerlo los movimientos significativos, de manera sencilla: un grupo de artistas reunidos en la galería de Santiago Panichini, compartiendo reflexiones sobre el arte local, los desafíos de la visibilidad y las limitaciones que enfrentaban como creadores independientes. “Fue como un malón artístico”, recuerda Bernadita Saldivia, una de las fundadoras. “Nos juntábamos a conversar sobre lo que pasaba en Puerto Montt, las pocas galerías, los espacios expositivos que recién comenzaban a abrirse. Y desde ahí surgió la idea de hacer una ruta del arte”.
Lo que comenzó como una iniciativa informal, tomó fuerza cuando se dieron cuenta de que necesitaban una estructura que les permitiera proyectar la iniciativa a largo plazo. Fue entonces cuando apareció la figura de la cooperativa. “Elegimos el modelo cooperativo porque nos permite trabajar unidos, con una toma de decisiones democrática, donde cada uno tiene un voto. Aquí no manda uno, mandamos todos”, explica Bernadita. El empujón final lo dio Sercotec, que estaba promoviendo el cooperativismo como forma de asociatividad productiva. El proyecto de Rutarte Sur entusiasmó a la entidad y, gracias al acceso a fondos públicos, pudieron formalizarse legalmente, diseñar material de difusión y organizar sus primeras actividades.
Hoy, Rutarte Sur está integrada por once socios de distintas disciplinas artísticas, entre los que se cuentan escultores, pintores, cineastas, fotógrafos y gestores culturales. Cada uno de ellos aporta su mirada, su experiencia y su talento. Pero también, y quizás aún más importante, su voluntad de cooperar. “Lo más valioso ha sido pasar de lo individual a lo colectivo”, señala Bernadita.“Ahora nos reunimos,planificamos,dividimos tareas. Tenemos una estructura que nos permite crecer”.
Uno de los socios es Marcelo Paredes, pintor puertomontino que abre las puertas de su taller como si fuera una extensión de su alma. Acostumbrado a trabajar solo, reconoce que al principio fue desafiante integrarse a un colectivo, pero hoy lo valora profundamente. “El hecho de poder asociarme con colegas ha sido muy positivo. Me permite generar impacto, abrir espacios, instalar el arte como una necesidad social. Y además, crear comunidad”, reflexiona.
En su pequeño estudio-galería, Marcelo trabaja en murales y pinturas que retratan la vida cotidiana del Puerto Montt de antaño: mujeres vendiendo mariscos en Ángelmó, lanchas chilotas, casas de tejuelas. “Estamos rodeados de arte, pero muchas veces somos indiferentes. La cooperativa me ayuda a devolverle al arte el lugar que merece”.
Para él, el desafío de este 2025 es mantenerse firmes, unidos y enfocados. “No es fácil coordinarse, pero vale la pena. Todos queremos lo mismo: visibilidad, venta, espacios para mostrar nuestras obras. Pero también queremos aportar desde el arte a la comunidad”. La cooperativa les ha permitido participar en ferias, vender sus obras, formar audiencias y, sobre todo, volver a creer en el trabajo colaborativo.
Esa visión la comparte Nayadeth Wenzel, fotógrafa y gestora de la galería Panichini, quien ha sido parte fundamental del proceso organizativo. “Nos costó mucho llegar a constituirnos legalmente. Fueron meses de reuniones, de capacitaciones, de dividirnos roles y aprender. Pero valió la pena”, comenta. Para ella, la cooperativa ha sido una escuela y una plataforma. “Cada uno tiene un rol: hay comisiones de ventas, de gestión, de comunicación. Yo soy secretaria, hay una ejecutiva de cuentas, un gerente. Nos organizamos como una empresa, porque eso es lo que somos”.
Nayadeth destaca el aprendizaje colectivo como uno de los mayores logros del primer año. “Muchos artistas no saben cómo funciona una empresa. Y en Rutarte Sur aprendemos haciendo: cómo postular a fondos, cómo organizar una exposición, cómo administrar recursos”. El trabajo colaborativo también se ha traducido en nuevas vitrinas. “Hicimos ferias en Puerto Varas, actividades en jardines infantiles, universidades, colegios. Estamos desarrollando la Ruta del Colegio para acercar el arte a los más pequeños. Ha sido hermoso”.
La cooperativa también ha despertado el entusiasmo de sus integrantes. “Nos da energía, nos motiva. Hay artistas que, al integrarse, volvieron a crear. La comunidad artística se activa cuando siente que no está sola”, agrega Nayadeth. Esa fuerza es la que les ha permitido sumarse a la Fedecorp, la federación regional de cooperativas, con la que esperan desarrollar actividades conjuntas durante el Año Internacional de las Cooperativas. “Queremos más visibilidad, más ventas, pero también más impacto cultural en la región”.
Quizás uno de los testimonios más conmovedores es el de Santiago, artista visual que pinta desde la memoria y la experiencia.
Su taller, ubicado en la población Chiloé, es tanto un espacio de creación como de archivo histórico. Sus obras retratan la vida cotidiana de su infancia, la dureza del trabajo, la injusticia social, pero también la belleza del territorio. “Pinto desde lo que viví. Vi a mi padre trabajar en la construcción, mal pagado por patrones que no valoraban al obrero. Yo viví esa miseria, y fue esa miseria la que me empujó al arte. Fue mi forma de sobrevivir”, relata con emoción.
Santiago reconoce que hoy pinta desde otro lugar. “Ahora tengo calma. Pinto por gusto, no por urgencia. Cada pincelada la disfruto. La cooperativa me ha permitido trabajar con otros, motivarme, y también inspirar. Cuando conocí a Robinson, me dijo: ‘quiero volver a pintar’. Eso es lo que genera una comunidad”. Para él, la clave está en recuperar el sentido colectivo del arte. “Nos educaron en el individualismo, pero el cooperativismo nos recuerda que el arte también se construye en equipo”.
Rutarte Sur ha logrado algo poco común en el mundo cultural: combinar la libertad creativa con una estructura organizativa eficiente. Han instalado una lógica donde cada artista mantiene su estilo, pero aporta al conjunto. Donde se generan ingresos, pero también vínculos. Donde se proyectan exposiciones, pero también transformaciones.
Hoy, la cooperativa se prepara para nuevos pasos. Cuentan con un plóter que les permite reproducir obras, están articulando alianzas con empresas y municipios, y sueñan con llevar sus trabajos a ferias nacionales e internacionales. “Queremos generar una cartelera cultural permanente, con talleres, sesiones de modelo en vivo, y exposiciones accesibles a toda la comunidad”, explican. Incluso se han propuesto profesionalizar los materiales que utilizan, subiendo los estándares de calidad de sus productos y servicios.
Pero más allá de las metas concretas, lo que mueve a esta cooperativa es una convicción profunda: el arte puede cambiar vidas. Puede educar, emocionar, denunciar y conectar. Puede ser refugio, arma y puente. Y cuando ese arte se organiza, se amplifica.
En un contexto marcado por la fragmentación social y el individualismo, Rutarte Sur propone otra forma de crear. Una forma donde la cooperación reemplaza a la competencia, donde la horizontalidad sustituye al verticalismo, y donde el arte se vuelve una herramienta de transformación territorial. Desde Puerto Montt, esta cooperativa no solo produce obras. Produce comunidad, sentido, futuro. Su historia es un ejemplo de cómo la cultura, cuando se enraíza en el territorio y se organiza con visión, puede ser motor de desarrollo.