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HABLEMOS DE COOPERAR

Flor del Mar: la cooperativa agroalimentaria que lidera la transformación sustentable desde el sur de Chile

Desde el borde costero de La Pampina, en la comuna de Los Muermos, un grupo de mujeres ha sabido transformar las mareas en oportunidades, mezclando mar y tierra en una receta que combina tradición, innovación y asociatividad.

Flor del Mar es una cooperativa agroalimentaria en el sur de Chile liderada por mujeres de Los Muermos. Con productos a base de algas y frutas locales, esta cooperativa agroalimentaria en el sur de Chile impulsa la economía circular, la innovación rural y la asociatividad femenina. Desde su planta procesadora, la cooperativa agroalimentaria en el sur de Chile transforma el territorio con identidad y sostenibilidad.

Se trata de la cooperativa Flor del Mar, una organización que nació desde la experiencia de mujeres recolectoras de orilla, madres, dirigentas, y trabajadoras incansables que, con coraje y visión, decidieron emprender en comunidad. Hoy, desde su planta procesadora, producen mermeladas, snacks, vinagretas y deshidratados a base de algas como el cochayuyo y el luche, impulsando una economía circular y sostenible, con impacto real en su territorio.

La historia de la cooperativa se remonta a más de dos décadas, cuando varias mujeres del sector comenzaron a reunirse como taller laboral. En ese entonces, no existían caminos ni servicios básicos en la zona, y las oportunidades para las mujeres del campo eran escasas. “Antes la mujer en el campo era para criar hijos y dar comida. Nosotras quisimos romper eso, juntarnos, aprender, salir de las casas y trabajar de forma distinta”, recuerda Jimena Cárcamo, presidenta y dirigente histórica de la organización.

Durante años funcionaron rotando entre casas, haciendo mermeladas de fruta con producción artesanal. Pero el producto no tenía suficiente salida, la competencia era alta y los márgenes bajos. Fue entonces cuando decidieron poner en valor su mayor activo: el conocimiento ancestral del mar. Como recolectoras de orilla y socias del sindicato de pescadores, conocían bien las propiedades del cochayuyo, el luche y otras algas. De ahí nació la idea de crear una línea de productos marinos con valor agregado.

“No sabíamos cómo hacer mermelada de cochayuyo, solo teníamos la idea. Sacamos un pequeño proyecto y usamos toda la plata en capacitarnos. Viajamos a Osorno, a una universidad, y una ingeniera en alimentos nos enseñó a prepararla, a conservarla. Fue un proceso largo, pero aprendimos. Y de ahí no paramos más”, relata Jimena.

Nolia, una de las fundadoras, tiene más de 40 años de experiencia en el mar. Con voz firme y manos curtidas por la recolección, describe el proceso con naturalidad: “Recolectamos el cochayuyo cuando baja la marea o cuando varan las algas. Después las llevamos a la planta, las lavamos, las secamos, las molemos. Es largo el proceso, pero lo hacemos con cariño. Con eso hacemos mermeladas con frambuesa, con frutilla, incluso puras. También hacemos snacks, vinagretas, luche confitado. Y siempre con lo que nos da la playa”.

El salto a la formalización vino con la decisión de convertirse en cooperativa. Antes, como sindicato, no podían comercializar ni acceder a ciertos beneficios estatales. Fue un proceso complejo, pero que les abrió nuevas puertas. “El sindicato no servía para vender. Y como somos recolectoras de orilla, tampoco podíamos entrar a INDAP. Entonces formamos la cooperativa Flor del Mar, porque así podíamos tener resolución sanitaria, iniciación de actividades, y postular a ferias y fondos públicos”, explica Jimena.

Hoy, la cooperativa está compuesta por doce socios, de los cuales diez son mujeres. La mayoría trabaja también con la tierra, en huertos propios o con frutales menores. Esa combinación les ha permitido desarrollar productos que integran mar y campo, una propuesta que han bautizado como “mar y tierra”. “Es como un equilibrio. Usamos nuestras frutas, nuestras algas, todo de acá mismo. No compramos afuera lo que podemos producir aquí”, dice Nolia con orgullo.

El modelo cooperativo ha significado no solo una herramienta de desarrollo productivo, sino también de fortalecimiento personal y comunitario. “Lo más difícil es juntar mujeres y que no haya problemas. Pero hemos sabido llevarnos, solucionar los roces, y seguir adelante. Hoy trabajamos siete u ocho mujeres activamente, y nos apoyamos en todo”, relata Jimena.

Las capacitaciones han sido clave en este proceso. Desde técnicas de manipulación de alimentos, etiquetado, contabilidad, hasta ventas y cocina, las integrantes de la cooperativa han aprendido de manera constante. También han realizado talleres para turistas y visitantes, donde comparten su experiencia, enseñan sus procesos y ofrecen degustaciones. “Hemos hecho muchas capacitaciones. Y no solo para nosotras. También hacemos charlas para grupos que vienen de afuera. Les enseñamos lo que sabemos, cómo recolectamos, cómo cocinamos. Es bonito compartir lo que hemos aprendido”, dice Jimena.

Uno de los grandes sueños de la cooperativa es implementar una nueva línea de procesamiento que les permita diversificar su producción. Actualmente, su infraestructura solo permite elaborar conservas y mermeladas. Pero quieren ir más allá: hamburguesas de cochayuyo, salchichas vegetales, productos congelados como erizo en potes, y nuevas líneas de snacks saludables para niños y adultos. “El cochayuyo es muy nutritivo, tiene magnesio, sodio, yodo, vitaminas. Y lo sacamos directo del mar, sin químicos, sin nada. Queremos que la gente lo conozca, que sepa que esto es distinto al que se vende en la ciudad, que está días al sol y pierde propiedades. Este es fresco, puro, nuestro”, explica Jimena.

Actualmente venden sus productos en ferias regionales, puntos de comercialización en Santiago como la República Charcutera y espacios de Mundo Rural de INDAP. También hacen envíos por pedido a través de redes sociales y WhatsApp. Pero sueñan con establecer puntos de venta estables en Puerto Varas y Santiago, donde puedan visibilizar su oferta con identidad y continuidad.

Además de los desafíos logísticos, deben enfrentarse a un sistema burocrático que a veces entorpece más que facilita. “El papeleo es lo más difícil. El DAE en Santiago se demora mucho, te devuelven papeles por detalles mínimos. Armar una cooperativa no debería ser tan complicado. Pero aquí seguimos, porque creemos en esto”, afirma Jimena.

El trabajo dirigencial también ha sido exigente. Jimena lo vive con entrega, pero también con realismo. “Ser dirigente es duro. Nadie te paga, y dejas muchas cosas personales de lado. Pero te llena. Aprendes, conoces gente, te capacitas. Y ves cómo las compañeras crecen, cómo se empoderan. Eso es lo que más llena”, comenta emocionada.

La historia de Flor del Mar es un ejemplo inspirador de cómo la colaboración, el arraigo y la sabiduría popular pueden convertirse en motores de desarrollo. Desde la playa El Pescado hasta las mesas de consumidores en todo Chile, estas mujeres han demostrado que no hay edad, origen ni distancia que impida construir una economía local con identidad, dignidad y propósito.

“Invitamos a todos a que conozcan nuestros productos, que vengan a la planta, que los prueben. Aquí no hay químicos, no hay trampa. Solo trabajo honesto, conocimiento y muchas ganas de salir adelante”, concluye Jimena.

Desde la costa sur de Chile, Flor del Mar nos recuerda que las grandes transformaciones comienzan cuando cooperamos. Porque cuando se trabaja con el alma, el territorio florece, el mar se vuelve sustento, y las mujeres se transforman en líderes de cambio.